El sábado pasado tuve la oportunidad de conversar con un grupo de padres de violín y piano que toman clases en Allegro. Ese día invitamos a Diana, la mamá de Mariana, una de nuestras pequeñas alumnas de piano de 7 años. Diana estuvo compartiendo sus experiencias como mamá Suzuki.
En esta conversación surgió un tema que me gustaría tocar en esta ocasión, para ello les voy a presentar a Mario Andrés Pinto, él ha sido nuestro alumno durante 9 años, toca violín y piano. En este momento este jovencito que está próximo a cumplir 15 años hace parte de la Orquesta Pre-Juvenil de Bogotá, en donde es el violín principal de los segundos violines. El próximo mes Mario Andrés va a París como parte de un grupo de 43 chicos colombianos que ganaron una convocatoria lanzada por el Ministerio de Cultura para organizar una orquesta binacional con Francia. A esta convocatoria se presentaron más de 2.500 niños de todo el país, de Bogotá pasaron solo 3 violinistas, uno de ellos es Mario Andrés.
Pero más allá de sus logros, que no me sorprenden porque conozco el proceso que este niño ha tenido desde que inició sus clases con mi hermana en Allegro, me llamó la atención que yo conozco a otro de los tres chicos, porque también fue alumno de Ruth, por muy poco tiempo. Recuerdo cómo una colega de ella hace años le pidió que le diera clases de violín a su pequeño, ya que enseñar a los propios hijos no es una tarea fácil, y menos si provienes de la “escuela tradicional” y no te has adentrado en las maravillosas posibilidades que ofrecen otras pedagogías. El hecho es que este chiquitín que tal vez rondaba los 3 años inició un camino que muy rápidamente su mamá descartó porque para ella Ruth era muy suave, o muy dulce, como maestra… paradojas de la vida. Este es el punto que quiero tocar: hay muchas maneras de aprender algo, y a pesar de lo que nuestra cultura fomenta, a veces de manera muy solapada, si hay formas “mejores”, lo que para mí significa formas más creativas, más amables, más eficientes y más felices.
Aunque sea sorprendente, este niño no ha sido el único que no sigue en nuestra Escuela por razones similares, y eso está bien, nunca pretenderemos decirle a alguien como debe educar a sus hijos. Lo que me pregunto es lo siguiente: veo en mi cotidianidad niños alegres, seguros de sí mismos, con autoestimas altas, responsables, que saben estudiar, y que además tienen logros musicales al mismo nivel que los niños que se educan a la “manera tradicional”, entonces ¿como padre/madre qué quiero para mi hijo y qué estoy dispuesto(a) a dar?
Para conversar con los padres que menciono al comienzo de este escrito no hubo ninguna “citación a reunión”, nos encontramos porque todos ellos estaban en clase con sus hijos, a algunos que llegaban más tarde les preguntamos que si podían llegar 15 min. antes, y aquí estuvieron. En este encuentro lo que Diana compartió con nosotros fue su rutina diaria con Mariana, no la práctica de Mariana sola en el piano, sino la de las dos, y de los tres cuando papá llega a casa, y de los cuatro cuando la abuela es la que ayuda a su nieta por cuestiones de tiempo de los padres, es el día a día de la familia en una actividad que comparten, disfrutan y en la que se apoyan todos.
Mario Andrés y Mariana no son niños superdotados, no son hijos de músicos, son niños cuyos papás entendieron desde el comienzo qué significa ser un “papá/mamá Suzuki”. Mario, el padre de Mario Andrés, tiene todavía el violín con el que tocaba en las clases de su hijo cuando éste comenzó, y su mamá es perfectamente capaz de reconocer a un músico afinado de otro, aunque dice que no entiende nada de música.
¿Qué será de estos niños, de nuestros alumnos, en unos años? No lo sé, pero tengo la gran alegría de ir viendo como crecen. Me conmueve cuando vienen a la Escuela a saludar, algunos van en el camino de la música, otros en el de la ingeniería, algunos ya son arquitectos, sociólogos, antropólogos, abogados, biologos, egresados de Bellas Artes… ¡qué maravilla! Me entusiasma pensar que mediante la música aprendieron a ser más disciplinados, perseverantes, a enfrentar sus miedos, a ser más seguros de sí mismos, a valorar el esfuerzo y a entender que las cosas que realmente valen la pena en la vida se toman su tiempo. Con eso, ellos van a lograr lo que quieran y hasta donde quieran, y ojalá en el camino, hayan aprendido también a ser más felices. Deseo, con todo mi corazón, que el sueño del Dr. Suzuki se refleje en sus vidas, y es que, todas estas personitas sean, a través de la música, mejores seres humanos.
Por ahora, Marianita continúa con la vida normal de una niña de 7 años y Mario Andrés, además de sus tareas académicas y sus ensayos, alista el repertorio para su “reclutamiento” de preparación en Fusagasugá antes de su viaje a París con todo pago ¡mil felicidades!
Marina Duarte https://youtu.be/FqXj4OmDsTY
Mario Andrés Pinto https://youtu.be/6fU2zeR83Ao